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Concierto Piano, piano… – Darío Meta
12 julio 2019, 21:00 - 22:00
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Este programa pone en diálogo de una manera muy natural obras de compositores con una gran influencia los unos en los otros y, al mismo tiempo, explora con curiosidad el siempre interesante tema de la evolución de las formas musicales a lo largo de los siglos, desde el XVIII al XX. Por una parte, Bach ha sido y es una referencia fundamental para compositores del romanticismo como Mendelssohn o el mismo Chopin: el contrapunto, la estructura y la audacia en las armonizaciones que escuchamos, por ejemplo, en la Balada nº 4 op. 52 en fa menor del compositor polaco nos hacen pensar en el eterno genio alemán, que en este programa está representado con la Partita nº 2 en Do menor BWV 826. Las partitas constituyen algunas de sus obras para teclado más famosas, y están escritas, como las Suites Inglesas y Francesas, como un conjunto de danzas con orígenes en distintos países y cortes europeas: un género en el que Bach y Händel llegaron a ser los máximos exponentes de la época.
Por otro lado, París, fue el centro neurálgico de la actividad musical a finales del siglo XIX, y fue el hogar tanto de Chopin como, posteriormente, de Debussy, de Ravel y de Manuel de Falla.
Maurice Ravel siempre fue un enamorado de los maestros franceses barrocos y de las formas antiguas, que revisitará en multitud de ocasiones a lo largo de su vida (Tombeau de Couperin, Pavana para una Infanta Difunta, diversas suites de piezas…). En su Sonatina para piano (escrita en tres movimientos, contando con un movimiento central literalmente “de minueto”, nos regala un pequeño homenaje a la forma preclásica, tamizada a través de su sensibilidad tan característica, con un uso muy expresivo de las disonancias y una forma de escribir que, a veces claramente y a veces de manera velada, nos recuerda a aquellos juguetes mecánicos por los que sentía una verdadera pasión. Maurice fue amigo de Falla y fue uno de los que le aconsejó que se valiera de su propia tradición, la de la música española, para hacer algo realmente original. Fue el pianista español Ricardo Viñes ( a quien Falla dedicó su concierto para piano y orquesta Noches en los Jardines de España ) el amigo común de ambos y quien propició su amistad en París. Esta idea alcanza su máxima expresión en la Fantasía Baetica, un encargo del famoso pianista Rubinstein (que se hizo famoso tocando música española de Albéniz y Granados) a Falla. Todo un collage de ritmos y músicas provenientes del folklore andaluz y, probablemente, la pieza más importante que se haya escrito en España para piano solo.
Como compositores, Falla y Ravel comparten el perfeccionismo, la claridad de las indicaciones en la partitura y la mutua admiración que profesaban por la obra del otro,
además de esa atracción algo primitiva hacia la música popular y el halo de misterio que la rodea. También se parecieron en el terreno personal: dos artistas muy humildes, discretos, sin familia ni relaciones amorosas que consten, que se concentraron en trabajar su arte con reserva y huyeron siempre de la vanidad y la ostentación.